miércoles, 7 de junio de 2023

Prologo

Todos pensarían que trasmigrar a una novela es muy emocionante. Nunca sabrán lo que se siente en realidad hasta que esto sucede.

Mi historia es fácil de contar.

Era una mujer de 23 años, latina, o mejor dicho mexicana. Mis metas y objetivos eran siempre ser mejor persona (tacha eso) y escribir las historias más locas que se me pudieran ocurrir.

Escribía novelas, la gran mayoría eran de comedia (ya que me gustaba reírme de mis propios chistes estúpidos), pero quería darme un reto y escribir una novela con mayor profundidad en su trama, con personajes evolutivos, descripciones increíbles de peleas y... bueno, que al final todo fuera sorprendente.

Y ciertamente lo fue.

En realidad a mí en lo personal nunca me gustaron los harén, ni las novelas de sementales en donde el protagonista masculino tenía un sin fin de mujeres para necesidades sexuales (porque no veo para qué más le podían servir sus incontables e inútiles mujeres), sin embargo, bien dice el meme de antaño: “te convertiste en aquello que juraste destruir”, así que fui e intenté hacer una novela de ese género; pero no me malentiendan, lo que yo pretendía era burlarme del género, hacer mis usuales chistes estúpidos, escribir clichés tontos y cosas absurdas para pasar el tiempo, incluso me había pasado por la cabeza hacer a mi protagonista gay (pero no lo hice ¿Okay?).

Sucedió que los primeros capítulos que publiqué en ese momento fueron muy populares, apenas era un escrito en bruto y no había mucho que decir, los comentarios de mis fanáticos eran muy eufóricos (debido a que ellos sabían de antemano que realmente no me gustaba ese género y lo estaba escribiendo), fue así que decidí darle un poco más de seriedad a la historia sin olvidarme de mi esencia (la comedia) resultando en una novela interesante y divertida de leer según mi séquito de fanáticos.

Con el tiempo, mientras más capítulos iba escribiendo, más alta era la demanda, empecé a ser más estricta con el desarrollo de mi obra y dio resultados sorprendentes, ¡la popularidad que recibió se había extendido a nivel mundial!

¡En serio!

¡¿Pero qué carajo?!

Ni en mis más locos sueños habría soñado con ello. Obviamente estaba muy feliz, el hecho de que una mexicana pudiera hacer una obra de ficción que superara las expectativas y que esa mexicana fuera yo y que la obra fuera mi creación, era simplemente una sensación espectacular, muy emocionante, sobrellevar mi patética vida se había hecho más fácil, incluso mi editor estaba en la cúspide de su carrera, era una buena época.

Hasta que morí.

No tenía ningún arrepentimiento al morir, lo acepté con calma (y con bastante dolor físico he de admitir), era solo que... Me sentía un poco mal por el protagonista de mi última novela, esa por la que fui mundialmente famosa. Al fin y al cabo, era mi creación, todos mis personajes los sentía como si fueran mis hijos, mis bebés, creo que cualquier escritor podría entender el sentimiento.

Bueno, a lo que iba.

La trama de mi última novela era demasiado profunda, pero puedo dar un pequeño resumen, así quedará un poco más claro lo antes mencionado.

El protagonista de mi novela era una excelente persona (¡por supuesto!), no le escribí ningún pasado tan trágico, ni vida tan trágica (como a la mayoría de mis protagonistas anteriores), todo le iba bastante bien, incluso parecía un personaje Gary Stu pero no lo era, eso quedó muy remarcado al final del escrito.

Mi pequeño bebé (el protagonista) era el salvador del mundo, disuadió malos reinados, conquistó el corazón del pueblo, atrajo a las mejores personas a su lado y todo parecía apuntar a un final feliz, pero... ¿Quién puede creer que la vida sea tan buena para todos? Incluso yo que conseguí tanta fama nunca pensé que la vida siempre estaría llena de felicidad.

En la novela mi pequeño bebé tenía el don de la inmortalidad (por ciertas razones justificables), sus esposas morirían, su familia moriría, sus seres queridos morirían, ¡todos morirían! Solamente él continuaría vivo.

Pareciera que no estaba tan mal ese final (claro, sin meter esas palabras en el texto y dejar el final "abierto" para que los lectores no pensarán en ello), pero ese no fue el final.

Los dioses y el mundo sabían que la inmortalidad podía "compartirse" con justas razones. Por lo tanto, mi pequeño bebé a pesar de ser inmortal fue asesinado.

La persona que acabo con su vida... Fue él mismo.

Los lectores y yo lo sabemos, pero en la novela escribí que las asesinas fueron sus esposas, todas sus mujeres.

Había hecho una trama tan profunda que ningún lector se había percatado de ello hasta el evidente final. Mi bebé no era suicida, solo fue cosa del destino (o bien, de la trama).

Todas sus esposas conspiraron al final para matar a su amado esposo, ¿Por qué? ¿Codicia? ¿Odio? ¿Algún engaño?

La respuesta fue... Vida.

Los dioses y el mundo ya lo habían dejado en claro, la inmortalidad se podía compartir, pero el costo era la vida misma.

Sus esposas no lo mataron por odio, tampoco por rencor o alguna tontería como esa. Todas ya sabían que ese era el final de su amado, debían hacerlo. Y solo las mujeres podían.

La trama de mi novela fue tan profunda que muchos lectores, aunque estaban inconformes con el final, al menos un 90% de ellos lo aceptaron. El otro resto solo estaban indignados debido a que había muchas teorías y especulaciones del final, pero nadie se imaginó que lo terminaría de esa forma.

Y yo ahora siento pena por mi pequeño bebé, lo que está escrito ya está escrito. Pero aun así me habría gustado hacer lo que había pensado antes, que mi pequeño bebé viviera feliz con su primer amor (y mis incontables chistes estúpidos incluidos).

Fui una mala madre para él.

Por lo tanto, aunque pareciera que me haría muy feliz el cambiar la vida de mi pequeño bebé, habría dado lo que fuera para después de morir no terminar trasmigrando precisamente a mi propia novela.

Amo incondicionalmente mis creaciones, pero incluso como la autora que soy, trasmigrar a mi mejor novela es algo que nunca haría por voluntad propia.

Por primera vez en mi vida (aunque ya haya muerto) siento miedo de lo que se avecina.

Mamá, si estás leyendo esto... ¡¿Qué te hice para merecer esto?! ¡BENDÍCEME DESDE EL CIELO O DÓNDE SEA QUE ESTÉS!


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